Carlos Salinas de Gortari es, además de un hombre de poder, un habilidoso político que se halla a un paso de asumir nuevamente la Presidencia de México. Lo hará por interpósita persona, en este caso Enrique Peña Nieto, gobernador del Estado de México, a quien le diseñó un proyecto de imagen, lo impuso en la intención de voto y lo hizo vendible.
Peña Nieto fue el operador de las finanzas del gobierno mexiquense durante el sexenio encabezado por Arturo Montiel. Compartió una especie de complicidad cuando se descubrió que en ese régimen el dispendio, la simulación y algo peor, la malversación de recursos públicos fue el deporte de moda de la clase política priísta.
Por eso Peña Nieto encubrió a Arturo Montiel, pues haber tocado las fibras de la corrupción sería equivalente a asumir culpas y deslindar responsabilidades. Peña Nieto fue benevolente con su antiguo patrón y a lo largo de su encargo como gobernador ha cuidado de no tocarlo ni con el pétalo de una rosa.
Convertido en un proyecto político, a Enrique Peña Nieto se le ha dado todo. Tiene el apoyo de Televisa, que no hay día que no le difunda un evento, una declaración o asuma la defensa de su gobierno. Dispone de un mundo de dinero para proyectar su obra y proyectarse a sí mismo. Se liga sentimentalmente con una actriz veterana pero aún de buen ver, como es Angélica Rivera, a quien hasta la iglesia católica le sirve de comparsa para determinar que nunca estuvo casada con el productor de telenovelas Arturo Castro, y por ello es libre de matrimoniarse con quien quiera, cuando quiera y al precio que quiera.
De Peña Nieto se ha explotado, más que su empaque político, el físico. Le engomaron el copete, le inflaron las quijadas y ahora lo venden como carne fresca para las damas.
Pero detrás de toda esa maquinaria de poder se halla Carlos Salinas de Gortari. Su proyecto es llevar a Peña Nieto a la Presidencia de México y a través del aún gobernador mexiquense, continuar marcando la ruta de la vida pública.
Salinas de Gortari representa el proyecto neoliberal; la desigualdad entre ricos y pobres; el crecimiento de la marginación; la falta de empleo; la migración a Estados Unidos; la corrupción oficial; el poder de los grupos de interés económico.
Peña Nieto es, simplemente, su máscara.
Por eso Peña Nieto encubrió a Arturo Montiel, pues haber tocado las fibras de la corrupción sería equivalente a asumir culpas y deslindar responsabilidades. Peña Nieto fue benevolente con su antiguo patrón y a lo largo de su encargo como gobernador ha cuidado de no tocarlo ni con el pétalo de una rosa.
Convertido en un proyecto político, a Enrique Peña Nieto se le ha dado todo. Tiene el apoyo de Televisa, que no hay día que no le difunda un evento, una declaración o asuma la defensa de su gobierno. Dispone de un mundo de dinero para proyectar su obra y proyectarse a sí mismo. Se liga sentimentalmente con una actriz veterana pero aún de buen ver, como es Angélica Rivera, a quien hasta la iglesia católica le sirve de comparsa para determinar que nunca estuvo casada con el productor de telenovelas Arturo Castro, y por ello es libre de matrimoniarse con quien quiera, cuando quiera y al precio que quiera.
De Peña Nieto se ha explotado, más que su empaque político, el físico. Le engomaron el copete, le inflaron las quijadas y ahora lo venden como carne fresca para las damas.
Pero detrás de toda esa maquinaria de poder se halla Carlos Salinas de Gortari. Su proyecto es llevar a Peña Nieto a la Presidencia de México y a través del aún gobernador mexiquense, continuar marcando la ruta de la vida pública.
Salinas de Gortari representa el proyecto neoliberal; la desigualdad entre ricos y pobres; el crecimiento de la marginación; la falta de empleo; la migración a Estados Unidos; la corrupción oficial; el poder de los grupos de interés económico.
Peña Nieto es, simplemente, su máscara.